30 de mayo: 107 Aniversario del Puente Transbordador Nicolás Avellaneda
En el marco de las acciones de recuperación de la Cuenca que realiza ACUMAR, el simbólico puente de hierro del Riachuelo está en funcionamiento luego de años en quietud. En su aniversario, trabajadores de Vialidad Nacional comparten sus experiencias sobre la obra de restauración.
El 30 de mayo es el 107 aniversario de la inauguración del Puente Transbordador Nicolás Avellaneda que, luego de permanecer cerrado por casi 60 años, hoy está en funcionamiento gracias a los trabajos de restauración realizados. De este tipo de puentes hubo veinte en el mundo, construidos hacia fines del siglo XIX y principios del XX, pero hoy sólo ocho quedan en pie. El que atraviesa el Riachuelo, uniendo la Ciudad de Buenos Aires con Avellaneda, es el único de sus características en América latina.
En 2011, el Juzgado de Quilmes, que por aquel entonces llevaba la Causa Mendoza, ordenó la reactivación del puente como parte de las obras de saneamiento de la Cuenca Matanza Riachuelo. ACUMAR puso este proyecto entre sus metas para la recuperación del río y su entorno, haciendo foco en su valor como testimonio de la historia industrial de la zona. Junto a la Dirección Nacional de Vialidad, que estuvo a cargo de la obra, se iniciaron los trabajos de puesta en valor.
Las tareas de recuperación de esta estructura de hierro, ícono de la ingeniería, presentaron el desafío de respetar los mecanismos originales con los que fue construido el puente a principios del siglo XX. Para ello se encaró la puesta a punto de la bobina donde se enrolla un cable de acero, la adecuación de la plataforma transbordadora y de la cabina, el acondicionamiento de todos los componentes eléctricos de las salas de máquinas y del tablero de control de la barquilla, además del tratamiento del hierro mediante el arenado y la aplicación de pintura.
Sergio Álvarez trabaja en Vialidad Nacional, es encargado de electrotecnia y del funcionamiento del Transbordador, y participó en la restauración: “Subía todos los días al Transbordador, con mi arnés y casco, para hacer un recorrido general del puente. Buscaba los mínimos errores o los detalles que faltaban, a veces había alguna pieza todavía oxidada que faltaba arenar o pintar.”
Lucas Segovia, también de Vialidad, recuerda así su participación: “En enero de 2017, tuve el privilegio de trabajar en el último tramo de la obra de restauración. Formé parte del cuerpo de inspección que estaba encargado de la puesta en valor. Fue todo un desafío porque este puente es de características extraordinarias. Me llena de orgullo haber participado y comprendí que esta obra es un emblema para Vialidad y para el país.”
El Transbordador en pandemia
La pandemia puso en jaque la “normalidad” en muchos sentidos y el emblemático puente no fue la excepción. “En agosto de 2020, con el Puente Nicolás Avellaneda cerrado y sin un protocolo para poder abrirlo, tuvimos la idea de usar el Transbordador para que los vecinos crucen ya que, al ser al aire libre, teníamos menos peligro de contagio. Así es como arrancamos con mucho éxito, haciendo setenta viajes por día. La gente estaba emocionada y nosotros también porque no sabíamos todo lo que iba a producir ponerlo en marcha después de seis décadas en desuso. Se habían hecho algunas pruebas y eventos, pero no había vuelto a funcionar como nosotros queríamos”, relata Germán Ferreiro, quien hace 12 años es parte de la División Conservación de Vialidad Nacional.
En el primer año de la emergencia sanitaria por coronavirus, la mole de hierro se convirtió nuevamente en un servicio valioso para la comunidad de la zona: “Estuvo casi dos meses en funcionamiento constante y teníamos mucha demanda, pero no podíamos tenerlo abierto las 24 horas porque los motores se sobrecalientan. ¡Habíamos empezado a hacer setenta viajes por día de la nada! Finalmente, pudimos tener un protocolo para el Puente Avellaneda, entonces el Transbordador se usaba cuando cerrábamos el Avellaneda para sanitizarlo. Así habremos estado tres meses más. Hasta que le encontramos la vuelta a la sanitización del Avellaneda haciendo un desvío de la gente por las pasarelas, que es lo que hacemos hasta hoy”, continúa Ferreiro.
Para poner en funcionamiento a este ícono de nuestra identidad nacional trabajan entre seis y ocho personas de Vialidad. “Yo estoy en la sala de máquinas. El Transbordador tiene doble comando: una sala que está por encima del puente y otra arriba de la barquilla. Controlamos el funcionamiento, cómo arranca, probamos los frenos de emergencia, primero lo hacemos mover una o dos veces de prueba y después arrancamos con la gente. Cada 15 días le damos un engrase general, hacemos estiramiento de la linga principal que lleva la barquilla de punta a punta, revisamos los tableros eléctricos”, cuenta Álvarez.
El puente como atractivo turístico
En la actualidad, y adecuándose a las medidas que implemente el Gobierno nacional, el Transbordador funcionará los sábados de 9 a 14 horas, con la meta de abrirlo dos días más a la semana.
Para darle esta regularidad en su uso y poder brindar un servicio acorde a su valor patrimonial, se realizó una reunión entre el Ministerio de Turismo y Deportes, ACUMAR, la Dirección Nacional de Vialidad, el Municipio de Avellaneda y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El objetivo es imprimirle un sello turístico que proponga un paseo que incluya el cruce por el Transbordador y un regreso por el Puente Avellaneda, con un recorrido que beneficie a ambas orillas.
El proyecto prevé llevar hasta 35 personas en la barquilla del puente, cuyo tope máximo de carga es de cuatro toneladas en condiciones climáticas óptimas porque, si bien cuenta con diez pararrayos, al ser totalmente metálico, su uso es peligroso en días de lluvias o con vientos fuertes. En tiempos de COVID-19, la capacidad máxima es de 16 pasajeros. Para ello, se han colocado unos círculos amarillos en el piso para que cada persona se ubique allí y mantenga la distancia social que el protocolo de cuidados ante la pandemia requiere para evitar los contagios.
El Transbordador comenzó a construirse en 1908 y fue inaugurado el 30 de mayo de 1914 para unir la costa xeneize con Isla Maciel, dos barrios que crecían al ritmo del trabajo del puerto y del arribo de inmigrantes europeos. En 1940, frente a las nuevas necesidades de traslado que imponían las grandes industrias que emergían de las márgenes del Matanza Riachuelo, se inaugura a tan solo cien metros un nuevo puente con el mismo nombre. Hasta que en 1960 es desactivado y durante años quedó como testigo mudo del movimiento de las aguas. En los 90 el Gobierno nacional ordenó su desguace. La organización de vecinas, vecinos, referentes culturales y políticos logró impedir esta medida que, en consonancia con la ola neoliberal que vivía el país, iba en contra de su valor patrimonial.
Parte fundamental de la memoria social de su comunidad, retratado por artistas, escenario de múltiples filmaciones, resistió para seguir cumpliendo con su vocación: unir, comunicar, conectar. Quienes lo cuidan, como Sergio Álvarez, saben que es así: “El puente es hermoso. Y cuando está en funcionamiento y lo ves moverse, más lindo todavía. Lo que más contento te pone es la cara de la gente cuando sube. … para mí es muy importante y está muy bueno. La gente sabe que hay que cuidarlo porque hay que usarlo.”